Hace ya algunos años, el vibrante eco del zapateo de Amador Ballumbrosio se desvaneció en el tiempo, pero su recuerdo persiste como el susurro cálido de la tierra que tanto amaba.
Mucho antes de que la música reclamara su corazón, Amador se entregaba a los surcos de su chacra, un vínculo sagrado con la tierra que lo vio crecer.
Después de cada actuación, sin importar la magnitud del escenario, sus pasos lo guiaban de vuelta a sus raíces, a la laboriosa tarea de trabajar la tierra con sus manos, de construir con lampa y barro, de ser "Champita" para su comunidad.
En las mañanas, se perdía en los surcos de su chacra, cultivando algodón o maíz, mientras sus quince hijos lo esperaban con la merienda.
Aunque la tierra era su primera pasión, la música pronto se entrelazó con su ser. Amador, el albañil para muchos, guardaba en su memoria hasta 24 danzas de Chincha, una riqueza cultural que trascendía las limitaciones de instrumentos.
Zapateaba con la fuerza de sus raíces afroperuanas, fusionando tres culturas en cada golpe rítmico.
La música lo llevó a unirse al Clan Ballumbrosio, una familia que compartía el amor por el arte y la preservación del folklore afroperuano. Con Miki González, forjaron una sociedad fructífera que resonó más allá de Chincha. El Centro Cultural Amador Ballumbrosio, es el testimonio vivo de un legado que trasciende generaciones.
La vida de Amador se despidió en el 2009, pero su esencia perdura en las anécdotas de sus hijos. Un infarto cerebral lo relegó a una silla de ruedas, pero su espíritu indomable persistió.
Con el pie derecho como único cómplice de sus antiguos pasos, Amador seguía alentando a sus hijos en el escenario, un testamento de resiliencia.
Más allá del zapateo, Amador era un hombre de fe y devoción.
La gente lo buscaba para conjurar sustos, y su conexión con lo divino se manifestaba en cada canto y rezo.
Su gracia especial trascendía lo terrenal, convirtiéndolo en un embajador natural de la cultura afroperuana, una joya auténtica que resistía las injusticias históricas.
En su última década, Amador se transformó en un cóctel de emociones.
Desde su silla de ruedas, anhelaba bailar y participar en la música que tanto amaba.
Su humor juguetón y sus momentos de complicidad familiar contrastaban con la realidad de su limitación física.
Aunque el tiempo lo reclamó, su legado vive, una llama eterna que ilumina la rica y valiosa cultura afroperuana.
En el 2023, recordamos a Amador Ballumbrosio no solo como un maestro del zapateo, sino como un faro de resistencia y alegría que sigue guiándonos desde lo alto.
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