Cuenta la historia que, siendo un niño, por salvar un sombrero, casi se ahoga en una acequia del lugar.
Para que se recuperara, su madre, asustada, lo encomendó a la Virgen del Carmen, patrona del lugar, ofreciéndole que si se sanaba, él bailaría en su honor hasta su muerte.
Un juramento que forjó la leyenda de Amador Ballumbrosio, un eterno danzante al ritmo de la devoción y la tradición afroperuana.
En 1933, en la cálida tierra de la hacienda Huanco de Chincha, vio la luz Amador Esteban Ballumbrosio Mosquera, conocido entre amigos como "Champita".
Su infancia transcurrió entre las vibrantes tradiciones negras que impregnaban el aire de su entorno, pero la elección de convertirse en uno de sus más apasionados exponentes fue obra del azar.
La esencia de la historia comienza con una travesura infantil que casi le cuesta la vida. En su afán por salvar un sencillo sombrero, el pequeño Amador se encontró al borde del peligro, a punto de ahogarse en las aguas de una acequia local.
Fue este episodio el que desencadenó un pacto especial entre una madre preocupada y la Virgen del Carmen, la patrona del lugar.
Con el corazón lleno de fe, ella encomendó la salud de su hijo a la divinidad, prometiendo que si se recuperaba, él bailaría en su honor hasta el último suspiro.
La música resonó desde entonces en las venas de Amador Ballumbrosio, quien cumplió con devoción la promesa hecha a la Virgen. Sus pasos de zapateo se convirtieron en una danza sagrada, un tributo constante a la patrona que había obrado el milagro de salvarlo.
La conexión con las raíces afroperuanas era innegable, pero Amador no cerró las puertas a las influencias andinas que también se entrelazaron con su arte, especialmente en el zapateo, donde fusionó lo negro con lo andino de manera magistral.
Su vida transcurrió en El Carmen, la tierra que lo vio crecer. Aunque tuvo breves períodos fuera y giras internacionales, sus 75 años mayormente los dedicó a su hogar.
Una casa que él mismo erigió con sus manos en su juventud, un testimonio tangible de su arraigo a la tierra que lo inspiraba.
Amador no estuvo solo en su travesía artística. Colaboró con destacados artistas como Manongo Mujica y Chaqueta Piaggio, pero fue su conexión con Miki González la que resonó con fuerza. Miki, un entusiasta defensor de su talento y el de su prolífica descendencia, marcó una etapa importante desde la década de 1980.
Personalidades ilustres y curiosos de la cultura negra llenaron su hogar, donde la hospitalidad de Amador no conocía límites. Mario Vargas Llosa, César Calvo, Chabuca Granda; todos dejaron su huella en la casa del maestro.
La sencillez y el don de gentes de Amador permanecieron intactos a pesar de la fama. Durante su último adiós, la comunidad de El Carmen demostró con cariño el impacto que este maestro de la música afroperuana tuvo en sus vidas.
En el 2001, en Colombia, recibió el Guachupé de Oro, un reconocimiento merecido que se sumó a otros honores, como el otorgado por Indecopi en el 2007 por su invaluable contribución a la música afroperuana.
En palabras de Susana Baca, una luminaria del folklore afroperuano, la pérdida de Amador Ballumbrosio deja un vacío profundo, pero su legado es un camino luminoso que seguirá guiando a las generaciones venideras.
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