Hace muchos años, en el corazón del Valle de Chincha, vivía un humilde matrimonio campesino, conocido por su afición a los camarones que abundaban en las aguas del río San Juan.
La esposa, en particular, sentía antojos constantes por ese manjar, y el esposo, siempre dispuesto a complacerla, decidió una mañana preparar sus "ichiguas" o "izangas", unas canastas alargadas que colocaba en el río para atrapar a los codiciados crustáceos.
Tras horas de espera, el campesino regresó con una buena cosecha de camarones, suficientes para preparar un delicioso cebiche y un chupe reconfortante. Sin embargo, en su camino de regreso a casa, se cruzó con una víbora.
Con gran destreza, el hombre lanzó una piedra, aplastando la cabeza del peligroso reptil.
Orgulloso de su hazaña, decidió llevar la serpiente para mostrársela a su esposa, envolviéndola en un pedazo de papel periódico.
Al llegar a casa, entregó dos paquetes a su mujer: uno con los camarones y el otro, olvidando mencionarlo, contenía la víbora.
La esposa, sin sospechar nada, se dedicó a preparar los platos con los camarones, guardando el otro paquete en la alacena de la cocina.
Esa noche, tras una suculenta comida acompañada de vino tinto, el esposo preguntó por el paquete de la serpiente.
La mujer, extrañada, respondió que lo había guardado, pero que sólo contenía una extraña varilla de metal en forma de serpiente.
Sorprendido, el campesino fue a la alacena y, al abrir el envoltorio, se dio cuenta de que la víbora se había convertido en una varilla de oro.
La emoción invadió a la pareja. Con esa varilla de oro, resolvieron sus problemas económicos y compraron la tan anhelada chacra, cumpliendo así su mayor sueño.
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